Ayer me enteré de que el Ayuntamiento de Zaragoza iba a introducir criterios de progresividad en los precios del transporte público. Por ejemplo, aquí se explica que los precios se graduarán según el nivel de renta del usuario.
Inmediatamente se le viene a uno a la mente la pregunta ¿y cómo coño sabe el Ayuntamiento de Zaragoza la renta de los usuarios que vayan a comprar su bonobús? Qué tontería, pues como siempre: a tirar de declaración del impuesto sobre la renta. Y como a continuación uno recuerda todos los casos de gente absolutamente forrada que tienen sus medios para presentar unos ingresos irrisorios en su declaración del impuesto, pues se indigna. No solo por la injusticia, sino también por la publicidad demagógica barata, cuando se nos dice que, sí, van a subir el precio del transporte público, pero como unos campeones de la justicia social. Hay que ser sinvergüenzas... ¿Me quieren decir cuánto pagaría Botín en transporte público con ese sistema? (si alguna vez lo usara, claro).
Pero en realidad no escribiría aquí de esto si no fuera porque a continuación oí a algunos compañeros del trabajo comentar lo caro que estaba el billete sencillo de metro en madrid, que de una tacada lo habían subido de un euro a euro y medio, mientras el otro decía que había leído lo barato que era aquí comparado con otras ciudades, aún después de la subida.
Total, que, como siempre, el capital nos la mete doblada y aún le prestamos oídos a sus cuentos y a sus estrategias de "igualar por lo peor".
Así que estamos con el monotema de estos tiempos: los recortes y la austeridad.
Pues bien, vamos a hablar de precios y de racionalidad económica.
En general, la ortodoxia económica concibe los precios como "indicadores" de escasez, como medios para racionar "bienes escasos" con relación a la demanda. Así, dicen, hay que establecer un precio para cada bien que se consuma para evitar su despilfarro. Por ejemplo, en el tema del agua hay muchos que dicen que, al ser demasiado barata, se despilfarra. Si fuera más cara, argumentan, se cuidaría más su uso.
Lo que no dicen es que cada euro de la factura del agua no es igual para quien gana 1.000 euros al mes que para quien gana 100.000. Y conste que yo sí creo que el agua es demasiado barata. Y, dicho sea de paso, también tengo entendido que el despilfarro no es por el bajo precio, sino directamente por los robos de agua.
Pero en el caso del transporte público no hay despilfarro posible. Aún con algún oscuro afán de sabotaje despilfarrador, no hay manera de consumir más de lo que se necesita.
Esto, aplicando la propia "microeconomía" oficial, y dado que el coste de que se añada un nuevo usuario a los transportes que ya circulan (lo que los manuales llaman "coste marginal ") es cero, hace que el único precio eficiente para "asignar los recursos" del transporte público sea cero. El transporte público debería ser gratis.
Gratis para el usuario, evidentemente, porque costes tiene, y hay que pagarlos. Pero para eso existen los impuestos.
Claro, llegamos a la madre del cordero: los impuestos. Toda esta propaganda de la austeridad consiste ni más ni menos que en que los ricos paguen los mínimos impuestos posibles. Y eso significa, ni más ni menos que lo suyo lo paguen los que no son tan ricos. Por ejemplo, pagando el transporte público.
Al fin y al cabo el transporte colectivo de viajeros no es más que una imperiosa necesidad de las insalubres y congestionadas concentraciones urbanas donde el capital nos hacina para que le resultemos más productivos, más rentables. El transporte colectivo de viajeros hace al trabajador más productivo para el capitalista (que rara vez lo usa). Pero si, encima, se lo paga el currante de su bolsillo, pues mejor para el capital, que así nos llenará a todos de alegría y felicidad "creando" tanto trabajo y tanta riqueza como podemos comprobar que hacen cada día a nuestro alrededor.
El caso es que todo esto podía tener algún sentido para el capitalista cuando había unos sistemas fiscales más progresivos, con mayores tipos marginales en el IRPF, tributando las rentas del capital al tipo que le toque y no al "neutral" 18% actual, antes de las SICAV... Pagar los costes de los servicios públicos, entre ellos el transporte colectivo, podía suponer tocarle el bolsillo al patrón.
Pero si pensamos que hoy en día los impuestos son el IRPF sobre las nóminas, el IVA y el IBI, querer cargar el coste del transporte público en las espaldas del usuario... pues como que casi es directamente mala leche.
[30/01/2013: Pro memoria: en Tallin (Estonia) nos leen.
11/02/2014: más sobre el transporte público]
Hay otro argumento poderoso en favor de bajar los precios del transporte público en tiempos de crisis. Uno de los problemas a los que nos enfrentamos es la balanza de pagos, y la dependencia energética del exterior. Todo ahorro energético servirá para disminuir la carga financiera del país. Y un enorme ahorro energético se puede conseguir fomentando el uso del transporte público.
ResponderEliminarEfectivamente, tienes toda la razón. Y, aún, al coste económico de la energía cabría añadir el coste ecológico.
EliminarEl caso es que yo propongo (exijo) un precio CERO para el transporte colectivo, no que lo bajen.
Parece que está de actualidad el asunto...