jueves, 20 de octubre de 2011

socialismo utópico y nostalgia

Marx advirtió contra la nostalgia de tiempos pasados, reales o mitificados (si bien es cierto que no tengo tiempo para buscar las citas). Si alguien quiere buscar las citas, es probable que las encuentre cerca de nombres del socialismo utópico, a quienes Marx solía señalar este defecto (Sismondi, Proudhon).
En el magnífico blog de Alberto Garzón pijus economicus (me imagino que el nombre lo puso, sin mucha reflexión en un momento en que le pareció ingenioso y chisposo, como yo a este blog, y supongo que, como yo, ya se ha arrepentido) hay un ejemplo que lo ilustra bien: una digresión en un artículo de introducción a la economía que se adentra en el asunto de la economía de cazadores-recolectores. En seguida salta la chispa del igualitarismo de las sociedades de "comunismo primitivo" y no tardan mucho en aparecer los comentarios nostálgicos de "qué bien nos iría así".

Pero, como nos enseñó Neruda: "no es hacia abajo, ni hacia atrás, la vida".
Aparte de que quedan pocas, pero alguna tribu de comunismo primitivo queda, con lo cual la aventura está a disposición de quien quiera vivirla, yo no creo que nos fuera muy bien así.
En las sociedades de cazadores-recolectores la economía es tan sencilla, tan poco compleja, como las propias relaciones sociales. De hecho, de acuerdo con el materialismo histórico, son las relaciones económicas las primeras y más importantes definidoras de las relaciones sociales en general, y de relaciones económicas sencillas obtenemos otras relaciones sociales sencillas. Pero, además, el nivel de desarrollo económico, las condiciones materiales (económicas) de vida son tan básicas que ni exigen, ni permitirían, mucha más complejidad social. Cuando el excedente, si existe, es corto hay poco que dedicar a instituciones, cultura, investigación... de forma profesional, dedicada, técnica, o como se le quiera llamar. Por supuesto que, a cambio, cuando no existe esclavitud en ninguna de sus formas (esclavismo, servidumbre, trabajo asalariado...) la producción de riqueza para que otros vivan (de lujo) sin producir no existe, y eso libera mucho tiempo para todos los miembros de la sociedad, que pueden dedicar entre otras cosas a disfrutar de la vida, y esto a su vez, en su faceta social, quiere decir dedicarse a las instituciones, la cultura o la investigación, pero evidentemente de modo lúdico, como aficionados, y de forma necesariamente menos eficiente.
Con ello no quiero hacer ninguna valoración ética o moral, pero si creo que estaremos de acuerdo que, del mismo modo, y paralelamente, a la creciente complejidad y tecnificación de las relaciones de producción que las hacen más eficientes, la complejidad y tecnificación (profesionalización) de las actividades superestructurales (por usar los términos de Marx-Engels) las dotan de mayor eficiencia (vete tú a medir esta eficiencia, eso sí).

Resumiendo, no sólo me gusta más vivir en una sociedad compleja y rica que en una simple y anclada en niveles de eficiencia poco distinguibles de "sociedades" animales (y de nuevo, con ello no califico moralmente, ni para bien ni para mal). Es que además es imposible volver atrás y olvidar lo que se conoce. Entonces ¿para qué la nostalgia de lo imposible? Se le parece mucho a esas "nostalgias" del capitalismo sin trabajadores de las que hemos hablado aquí (y que también aparecen en pijus economicus).

Y aquí tenéis otro ejemplo: el editor que sale en defensa de los libreros, a su vez defensor de los valores de la cultura contra el capitalismo salvaje de los gigantes de la distribución (los "hiper"):  http://www.cerlalc.org/revista_precio/n_articulo013_a.htm. Dice este señor:
Sin unas reglas de juego claras y ecuánimes, la cultura saldrá siempre perdiendo, porque el mercado sigue las normas del darwinismo y no tiene tiempo de fijarse en matices. Cuando el economista y escritor y humanista español José Luis Sampedro dice que a los que manifiestan que el mercado es la libertad deberían acercarse a comprar a un supermercado sin dinero para ver cuán libres son, está hablando, precisamente, de competir en igualdad de condiciones.
Nos explica porqué no hay "reglas de juego claras y ecuánimes":
¿Saben qué pasa cuando no hay precio fijo? Que manda quien pueda ofrecer el descuento mayor. ¿Y saben qué pasa cuando tienes que dar un descuento inmenso a un grandísimo comprador? Que el editor tiene que hinchar los precios, porque nadie ha conseguido ganar dinero vendiendo metros de tela con 110 centímetros (o, lo que se decía en España cuando existía la peseta: “duros a cuatro pesetas: es decir, cinco pesetas al coste de 4).
Con lo cual está clara la receta: precios fijos sin posibilidad de descuentos al comprador:
Criticar a los que defienden el precio fijo como la única garantía posible de libertad en igualdad de condiciones sobre algo tan esencial es un signo de cobardía de cachorros (jauría, debería decir) miltonfriedmaniana. (...) Es hora de que, para hacer este mundo un poco más habitable, veamos en el keynesianismo una forma de recordar la diferencia entre valor y precio. Con un poco de suerte, muchísima convicción y la tenacidad que debe seguirnos dando la dignidad (algo que tiene valor, pero no precio) la batalla en defensa de la cultura no debería estar del todo perdida. De llegar a estarlo, acabaremos alimentándonos sólo de diamantes y de best sellers infumables, deleznables. (...) ¿Saben una cosa? Defender el precio fijo (o no) es lo que te puede llegar a hacer saber ante quién te encuentras. El precio fijo y la defensa de las librerías culturales son como la actitud de la gente hacia el dinero: desnudan, realmente, a cada persona y revelen como somos realmente como ciudadanos. (...) Una librería independiente es la señal de que hay alguien que lucha por un negocio que tenga sentido. No es ni debe ser un negocio de románticos, sino un negocio emparentado con la educación (trabajo en algo digno a largo plazo), entroncando con la labor que realizan las familias (trabajo entregando para personas futuras).

Parece que está de moda la defensa de algunas antiguas actividades económicas llevadas a cabo por modos no capitalistas. En esta defensa del pequeño comercio, las PYMEs o, como en este caso, las pequeñas librerías, las gentes de izquierda nos sentimos inclinados a ponernos del lado del débil frente a la maquinaria del gran capital. Esto tiene un indudable interés táctico en la búsqueda de alianzas amplias de clase. El pequeño burgués, sea autónomo, pequeño empresario o similar, que de hecho trabaja como una mula por un ingreso que nunca le permitirá retirarse, difícilmente encaja en la clase capitalista, y en general no comparte sus intereses.

Pero no cabe duda es de que esta no es nuestra guerra.
No niego que el librero tipo tenga un verdadero amor a la cultura. Pero cuando se pone en pie de guerra sin duda lo que está exigiendo es el mantenimiento de su negocio, de su modo de ganarse la vida. Y ese modo de ganarse la vida es acapitalista, precapitalista para ser más exactos. No puede funcionar en el capitalismo porque no puede competir. El único modo que tiene de salvarse es conseguir que el poder político le aisle del ecosistema económico en el que vive él, y vivimos los demás: el modo de producción capitalista. Lo que persigue, dicho en plata, es la obtención de un privilegio, que los mineros asturianos, los trabajadores de los sectores naval y siderúrgico no pudieron disfrutar en las salvajes "reconversiones industriales", y que más de la mitad de los jóvenes actuales, en el paro, ni se plantean.
Defender al librero frente a la gran superficie es defender el pasado. Defender la cultura frente a la brutalización de la autovalorización del capital es posible sólo trabajando por la superación del capitalismo.
Pretender la defensa de la cultura convirtiéndola en una mercancía es ponerla a los pies de los caballos, como ha conseguido la industria de la propiedad intelectual. Es la conversión de la propiedad intelectual en una mercancía la que tiene a la cultura hecha unos zorros, y no el que esa mercancía se venda al menor precio posible de acuerdo con las leyes del capital. Y pretender la defensa de la cultura salvaguardando el modo de vida de los libreros comprometidos con su oficio, cuando ese modo de vida es algo del pasado, es utopía nostálgica.
Y además es una injusticia, cuando a los demás no nos salvaguarda del capitalismo ni dios.

Por último, no perdamos de vista que, desde el momento que consigamos para nuestro amigo librero semejante privilegio nos podemos olvidar para siempre de él: El día que haya que aunar fuerzas para derribar el estado burgués, que será ya el que le mantiene en su negocio, y al gran capital, que para entonces no supondrá ya una amenaza para él, no lo encontraremos a nuestro lado, sino enfrente.

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