"Divide y vencerás": esa es la divisa de las élites dominantes desde el Neolítico. Por eso es también la divisa del Capital en nuestros tiempos. La división de la Clase trabajadora es requisito sine qua non para el dominio del Capital sobre nuestras vidas. Correlativamente, la única salida para los dominados en el capitalismo pasa por la unidad de la Clase trabajadora, que a su vez es imposible sin su propia consciencia, lo que al tiempo permite y necesita de la independencia de su criterio, de su visión del Mundo, de su propia teoría: su independencia política y científica respecto de las demás clases y, desde luego, respecto del Capital.
La división de los pueblos dominados es un requisito imprescindible para la dominación. Una división profunda y extendida a todo el pueblo dominado. Por supuesto, todo tipo de dominación, fuera tributaria, racista, supersticiosa o directamente violenta, ha exigido siempre a la élite beneficiaria rodearse de una pequeña capa de cipayos, una parte del pueblo dominado que no obstante fuera partidario firme del dominio de la élite, enfrentados incluso al propio pueblo del que forman parte. Pero esta capa, que forma el aparato de coerción-adoctrinamiento, siempre ha tenido que mantenerse necesariamente minúscula, dado que supone un coste compartir una parte del botín expoliado con estas guardias pretorianas y séquitos de manipuladores. Por su peso, necesariamente reducido, y por su presencia en la cultura popular como evidentes traidores, no es a esta minúscula capa de traidores evidentes a la que me refiero cuando hablo de unidad o división de los dominados.
A lo que me refiero, y el Capital lo sabe muy bien, es a que en el interior de las masas dominadas, de la mayoría popular, debe evitarse la autoconsciencia de la situación real, de su papel de mayoría dominada por una élite minúscula que, siendo parasitaria e inservible, no obstante dispone de toda la vida social y, por supuesto, de sus frutos. Con unas masas en buena parte conscientes de que los amos son sus parásitos, el aparato de coerción ha de aumentar en potencia, y eso tiene un coste. Si en lugar de buena parte, las masas son mayoritariamente conscientes, la cosa probablemente será insostenible, y no digamos si esa mayoría es abrumadora.
Por supuesto, esto mejor que nosotros lo sabe el Capital, y para evitar llegar a este punto se afina la otra parte de la "capa intermedia": el aparato de adoctrinamiento es el encargado de manipular a las masas en su más íntima consciencia del Mundo y de sí mismos, para conseguir que no aprecien ningún parasitismo ni dominación, sino simetrías, justificaciones y armonía y, sobre todo, lo más importante, que el que las masas conocen en cada momento es "el mejor de los mundos posibles".