domingo, 23 de octubre de 2011

competitividad

¿Qué es la competitividad?
Debe de ser algo muy importante, porque el pensamiento único la repite continuamente, y no solo ahora en tiempos de crisis, sino desde mucho antes. De hecho, es el principal ariete que usan economistas, medios de comunicación y gobiernos para derribar lo poco que pueda existir de un estado social del bienestar.
Pues he intentado obtener una definición y lo único que está claro es que el asunto no está nada claro.

una investigación de urgencia
Primero, la Real Academia: dice que es (1) Capacidad de competir o (2) Rivalidad para la consecución de un fin. Bueno, como nos dictaba la intuición, es perfectamente aplicable también al deporte.
En wikipedia en español el artículo es bastante peor que en inglés (como es habitual). En este último se hace una definición que comienza diciendo que es un concepto relativo, sería "la capacidad y el éxito de una empresa, sector o país para vender en un mercado dado".
El propio artículo en inglés incluye una sección de "críticas" donde cita al nóbel Krugman (el artículo que se cita se llama "La competitividad: una obsesión peligrosa"), indicando que el concepto de competitividad aplicado a naciones es, en el mejor de los casos, confuso, y que debe mejorarse. Se cita en este sentido un artículo de un tal Thompson, cuyo resumen (el artículo es de pago y no parece que merezca la pena) dice que la competitividad de las naciones es un concepto vago y mal medido, y que el propio artículo pretende corregir esto usando datos de 127 empresas de Hong Kong para construir una medida estadística en 10 dimensiones y cuantificar la ventaja competitiva de dicha ciudad. Es decir, para encontrar una definición del concepto buscamos un conjunto de variables que, en ensalada, lo cuantifiquen. Un método curioso. De momento, si nos puede guiar el que este Thompson utilice indistintamente los conceptos de "competitividad" y "ventaja competitiva".
Adicionalmente, el artículo de Wikipedia nos guía a los informes que, anualmente, emite el "Foro Económico Mundial" (Davos, para entendernos) para mostrar un índice de competitividad de las naciones del Mundo. Concretamente a la página 3 de su informe 2009-2010, donde nos encontramos que
Las economías competitivas son aquellas que ponen en juego factores que llevan a la mejora de la productividad sobre la que está construida su prosperidad presente y futura.
No nos dicen qué es la competitividad (aunque el informe se dedica a medirla!), pero sí queda claro que algo tiene que ver con la productividad. Lo malo es que para intuiciones que ya intuíamos todos no nos hacía falta leer esto.
Dado que mi investigación no daba los frutos perseguidos, seguí consultando algunos artículos, obligatoriamente uno que se denominaba "¿Qué es la competitividad?", donde se cita como pórtico a un tal Geraldo Müller:
Existen palabras que tienen el don de ser excepcionalmente precisas, específicas y, al mismo tiempo, extremadamente genéricas; altamente operacionales y medibles, y, al mismo tiempo, considerablemente abstractas y extensas. Sin embargo, cualquiera que sea el caso, estas palabras tienen el privilegio de moldear conductas y perspectivas, así como, pareciéndose más a herramientas de evaluación, ejercer influencia en la vida práctica. Una de éstas palabras mágicas es 'competitividad'.
El énfasis es mío, y lo he puesto porque efectivamente, debe de ser cuestión de magia que una "palabra" sea precisa y genérica, medible y abstracta. Parece más bien un juego de palabrería insulsa y vacía para, precisamente, "moldear conductas y perspectivas". Por lo demás, el artículo fija las bases del "marco conceptual de la competitividad" en las teorías de comercio internacional. Es decir, en la teoría de la ventaja comparativa de David Ricardo, basada en la dotación diferencial de factores de producción. A continuación se nos explica que hoy en día la competitividad se "reconceptualiza" y las ventajas comparativas evolucionan a las ventajas competitivas, basadas en la diferenciación del producto y la reducción de costes. Luego ya se pasa a "analizar" las modernidades que tanto les gusta manosear a algunos (la tecnología, la globalización, la sostenibilidad...)

una propuesta de definición
Al final, y visto que de nuevo se nos está vendiendo una milonga como si fuera un complejísimo concepto científico, creo que esto de la competitividad sólo se puede entender si lo tratamos como una etiqueta que se pone ex post a un resultado: (a) el ingreso neto por ventas (por ejemplo, hablando de un país, la balanza comercial) ha alcanzado determinado nivel comparado con el total de la producción, o de las compras, o de las ventas, (b) se ha conseguido vender más que un competidor, y/o (c) se ha conseguido aumentar la relación ventas/compras o ingresos/gastos [1]. Las modalidades (a) y (b) son índices comparativos y la (c) un índice de variación. En todo caso, parece claro que se trata de una medida relativa, y esto implica:
  • Como medida, que no se trata de una sustancia que se pueda fomentar para mejorar la balanza comercial, la posición de mercado o como le queramos llamar. La línea causal es justamente al contrario: una mejor balanza comercial significa una mayor competitividad. Espero que me disculpéis el mal uso del término, porque aquí no hay causalidad, sino simple medición de la magnitud de una variable.
  • Como relativa, no podemos buscar una ecuación -ni dos docenas de ellas- que nos indiquen una cantidad de competitividad, sino un índice para comparar varias competitividades entre sí, o con otras magnitudes (por ejemplo, balanza comercial respecto al total PIB, o respecto al total de importaciones).


análisis de la competitividad y consecuencias económicas y políticas
En otros lugares, ciertamente más críticos que los citados, como el artículo de Álvarez, N. y Luengo, F. "Competitividad y costes laborales en la UE: más allá de las apariencias" y el blog de Alberto Garzón, se deja de lado el controvertido concepto de competitividad y se centra en la madre del cordero: la productividad y la distribución del ingreso, en ambos casos para negar el corolario de la necesidad de recortes salariales.
En el hilo sobre competitividad, salarios y productividad (capítulos I y II, y recopilación final aquí, con un corolario aquí), Alberto analiza los conceptos convencionales de competitividad, costes laborales unitarios, para combatir en su propio terreno, con datos en la mano, la idea de que hay que bajar los salarios.
No obstante, aunque he tenido la sensación de que el hilo no está concluido, en los comentarios hay alguna crítica procedente de economistas convencionales (pocas, porque estos tipos no se prestan fácilmente al debate científico, como dice Rober en el propio blog).
Aunque estas críticas me parecen un poco confusas, hay alguna que da que pensar: Fernando, en el post de recopilación menciona que
Dices que los liberales no citamos la reducción de los beneficios empresariales como método para aumentar la competitividad de una empresa en época de crisis.
Eso es porque a los inversores que financian esas empresas, no les agrada perder su dinero y por tanto lo retirarían de cualquier proyecto empresarial que pierde su credibilidad al aumentar el riesgo y disminuir el beneficio, para ponerlo en un lugar más seguro
No le falta razón.
Al enfoque de Alberto le falta el carácter dinámico que es intrínseco al problema de la competitividad, y no es suficiente con apuntar que, dado un nivel de productividad, en lugar de reducir salarios se pueden contener beneficios. Es necesario, además, demostrar (no desear) que la contención de beneficios es una alternativa viable (que se puede llevar a cabo) y realista (que se va a llevar a cabo).
Los beneficios, sin entrar en otras cuestiones que reconozco imprescindibles -sobre todo la proporción del beneficio que se consume, se invierte especulativamente o se invierte productivamente- son ciertamente el principio y el fin de la acumulación capitalista, y con ello de la producción de riqueza y del empleo. Este hecho es lo que convierte al capitalismo en un callejón sin salida, y lo que convierte al dilema salarios-beneficios en una lucha perdida de antemano para los trabajadores.

conclusión: el socialismo científico no es un capricho
De hecho, creo que no podemos abordar el asunto de la competitividad con perspectiva si no tenemos en cuenta lo que nos indica Xavier Gracia en su magnífico "Yo no compito" (absolutamente recomendable, tiene muy buena pinta el seminaritaifa.org, y para los que tenemos la desgracia de no conocer el catalán, con el traductor de google se sigue de lujo):
La competitividad es un virus ideológico. Si uno acepta su lógica está perdido. La aprobación de la necesidad de ser competitivos lleva implícita la aceptación del modo de producción capitalista. (...) La pregunta que debemos hacernos no es qué estrategias seguir para mejorar la competitividad, sino por qué el trabajador tiene que vender su fuerza de trabajo al capitalista para poder existir. ¿Por qué la producción tiene que ser mediada por el beneficio y por la extracción de plustrabajo? ¿Por qué los productos del trabajo se enfrentan al trabajador como propiedad privada del capital?
Sé positivamente que a muchos les suena a dogmas, a lo de siempre, a antiguo... En fin, ya sabéis. Y acepto que nadie nace sabiendo, y que es duro aprender, especialmente cuando hay una maquinaria cara y eficiente de manipulación masiva de nuestras mentes y esperanzas. Yo lo sé muy bien, porque dedico mucho tiempo a estudiar y aún tengo muchas lagunas y dudas. Lo que no acepto es que se desprecie lo que se ignora, pese a que sea una postura demasiado común.
El socialismo científico no es un capricho intelectual. No son pajas mentales ni un impulso de discutir por discutir o de inventar palabras raras para nombrar a los conceptos "conocidos".
Al menos, que a todo el mundo le quede algo claro: si adoptamos las categorías de análisis burguesas, diseñadas para confundirnos, nos confundiremos; si abandonamos las categorías de análisis científicas, diseñadas para guiarnos, nos perderemos.
También en el análisis de la realidad...

SOCIALISMO O BARBARIE



NOTAS:


[1] Esto se parece mucho a lo que recetaban los economistas de cuando no existía la economía: los mercantilistas.
Estos sostenían que la riqueza del príncipe (en sus tiempos ya se empezaba a identificar a los soberanos con "las naciones"), consistía en el dinero del que disponía. De esa suma dependía, no ya su tren de vida, sino su armada, su influencia y su prestigio. No parece ninguna estupidez ¿no?
Y ¿cómo se aumentaba esa riqueza? pues vendiendo más de lo que se compra o, en términos más técnicos, manteniendo una balanza comercial positiva. Esto implica a su vez una serie de posibles medidas como políticas fiscales de favorecimiento de exportaciones y penalización de importaciones, devaluaciones competitivas, etc. ¡Exactamente lo que se lleva hoy en día!
Cuando nació la economía política con pretensiones científicas, con los fisiócratas primero y los clásicos después, se afeaba a los mercantilistas que basaran todo en una competición de suma cero, y señalando la importancia de la producción de riqueza, y de la acumulación de capacidad productiva. Posteriormente, al llevar Marx este nuevo enfoque científico a sus últimas consecuencias, el poder evidentemente se alejó de todo ello, y la economía política desapareció de los foros oficiales, siendo sustituida por la "economía", la "ciencia" de la elección.
Quizás esta vuelta al mercantilismo -mientras sigue siendo denostado en todos los círculos académicos- merezca un futuro artículo monográfico.

jueves, 20 de octubre de 2011

socialismo utópico y nostalgia

Marx advirtió contra la nostalgia de tiempos pasados, reales o mitificados (si bien es cierto que no tengo tiempo para buscar las citas). Si alguien quiere buscar las citas, es probable que las encuentre cerca de nombres del socialismo utópico, a quienes Marx solía señalar este defecto (Sismondi, Proudhon).
En el magnífico blog de Alberto Garzón pijus economicus (me imagino que el nombre lo puso, sin mucha reflexión en un momento en que le pareció ingenioso y chisposo, como yo a este blog, y supongo que, como yo, ya se ha arrepentido) hay un ejemplo que lo ilustra bien: una digresión en un artículo de introducción a la economía que se adentra en el asunto de la economía de cazadores-recolectores. En seguida salta la chispa del igualitarismo de las sociedades de "comunismo primitivo" y no tardan mucho en aparecer los comentarios nostálgicos de "qué bien nos iría así".

Pero, como nos enseñó Neruda: "no es hacia abajo, ni hacia atrás, la vida".
Aparte de que quedan pocas, pero alguna tribu de comunismo primitivo queda, con lo cual la aventura está a disposición de quien quiera vivirla, yo no creo que nos fuera muy bien así.
En las sociedades de cazadores-recolectores la economía es tan sencilla, tan poco compleja, como las propias relaciones sociales. De hecho, de acuerdo con el materialismo histórico, son las relaciones económicas las primeras y más importantes definidoras de las relaciones sociales en general, y de relaciones económicas sencillas obtenemos otras relaciones sociales sencillas. Pero, además, el nivel de desarrollo económico, las condiciones materiales (económicas) de vida son tan básicas que ni exigen, ni permitirían, mucha más complejidad social. Cuando el excedente, si existe, es corto hay poco que dedicar a instituciones, cultura, investigación... de forma profesional, dedicada, técnica, o como se le quiera llamar. Por supuesto que, a cambio, cuando no existe esclavitud en ninguna de sus formas (esclavismo, servidumbre, trabajo asalariado...) la producción de riqueza para que otros vivan (de lujo) sin producir no existe, y eso libera mucho tiempo para todos los miembros de la sociedad, que pueden dedicar entre otras cosas a disfrutar de la vida, y esto a su vez, en su faceta social, quiere decir dedicarse a las instituciones, la cultura o la investigación, pero evidentemente de modo lúdico, como aficionados, y de forma necesariamente menos eficiente.
Con ello no quiero hacer ninguna valoración ética o moral, pero si creo que estaremos de acuerdo que, del mismo modo, y paralelamente, a la creciente complejidad y tecnificación de las relaciones de producción que las hacen más eficientes, la complejidad y tecnificación (profesionalización) de las actividades superestructurales (por usar los términos de Marx-Engels) las dotan de mayor eficiencia (vete tú a medir esta eficiencia, eso sí).

Resumiendo, no sólo me gusta más vivir en una sociedad compleja y rica que en una simple y anclada en niveles de eficiencia poco distinguibles de "sociedades" animales (y de nuevo, con ello no califico moralmente, ni para bien ni para mal). Es que además es imposible volver atrás y olvidar lo que se conoce. Entonces ¿para qué la nostalgia de lo imposible? Se le parece mucho a esas "nostalgias" del capitalismo sin trabajadores de las que hemos hablado aquí (y que también aparecen en pijus economicus).

Y aquí tenéis otro ejemplo: el editor que sale en defensa de los libreros, a su vez defensor de los valores de la cultura contra el capitalismo salvaje de los gigantes de la distribución (los "hiper"):  http://www.cerlalc.org/revista_precio/n_articulo013_a.htm. Dice este señor:
Sin unas reglas de juego claras y ecuánimes, la cultura saldrá siempre perdiendo, porque el mercado sigue las normas del darwinismo y no tiene tiempo de fijarse en matices. Cuando el economista y escritor y humanista español José Luis Sampedro dice que a los que manifiestan que el mercado es la libertad deberían acercarse a comprar a un supermercado sin dinero para ver cuán libres son, está hablando, precisamente, de competir en igualdad de condiciones.
Nos explica porqué no hay "reglas de juego claras y ecuánimes":
¿Saben qué pasa cuando no hay precio fijo? Que manda quien pueda ofrecer el descuento mayor. ¿Y saben qué pasa cuando tienes que dar un descuento inmenso a un grandísimo comprador? Que el editor tiene que hinchar los precios, porque nadie ha conseguido ganar dinero vendiendo metros de tela con 110 centímetros (o, lo que se decía en España cuando existía la peseta: “duros a cuatro pesetas: es decir, cinco pesetas al coste de 4).
Con lo cual está clara la receta: precios fijos sin posibilidad de descuentos al comprador:
Criticar a los que defienden el precio fijo como la única garantía posible de libertad en igualdad de condiciones sobre algo tan esencial es un signo de cobardía de cachorros (jauría, debería decir) miltonfriedmaniana. (...) Es hora de que, para hacer este mundo un poco más habitable, veamos en el keynesianismo una forma de recordar la diferencia entre valor y precio. Con un poco de suerte, muchísima convicción y la tenacidad que debe seguirnos dando la dignidad (algo que tiene valor, pero no precio) la batalla en defensa de la cultura no debería estar del todo perdida. De llegar a estarlo, acabaremos alimentándonos sólo de diamantes y de best sellers infumables, deleznables. (...) ¿Saben una cosa? Defender el precio fijo (o no) es lo que te puede llegar a hacer saber ante quién te encuentras. El precio fijo y la defensa de las librerías culturales son como la actitud de la gente hacia el dinero: desnudan, realmente, a cada persona y revelen como somos realmente como ciudadanos. (...) Una librería independiente es la señal de que hay alguien que lucha por un negocio que tenga sentido. No es ni debe ser un negocio de románticos, sino un negocio emparentado con la educación (trabajo en algo digno a largo plazo), entroncando con la labor que realizan las familias (trabajo entregando para personas futuras).

Parece que está de moda la defensa de algunas antiguas actividades económicas llevadas a cabo por modos no capitalistas. En esta defensa del pequeño comercio, las PYMEs o, como en este caso, las pequeñas librerías, las gentes de izquierda nos sentimos inclinados a ponernos del lado del débil frente a la maquinaria del gran capital. Esto tiene un indudable interés táctico en la búsqueda de alianzas amplias de clase. El pequeño burgués, sea autónomo, pequeño empresario o similar, que de hecho trabaja como una mula por un ingreso que nunca le permitirá retirarse, difícilmente encaja en la clase capitalista, y en general no comparte sus intereses.

Pero no cabe duda es de que esta no es nuestra guerra.
No niego que el librero tipo tenga un verdadero amor a la cultura. Pero cuando se pone en pie de guerra sin duda lo que está exigiendo es el mantenimiento de su negocio, de su modo de ganarse la vida. Y ese modo de ganarse la vida es acapitalista, precapitalista para ser más exactos. No puede funcionar en el capitalismo porque no puede competir. El único modo que tiene de salvarse es conseguir que el poder político le aisle del ecosistema económico en el que vive él, y vivimos los demás: el modo de producción capitalista. Lo que persigue, dicho en plata, es la obtención de un privilegio, que los mineros asturianos, los trabajadores de los sectores naval y siderúrgico no pudieron disfrutar en las salvajes "reconversiones industriales", y que más de la mitad de los jóvenes actuales, en el paro, ni se plantean.
Defender al librero frente a la gran superficie es defender el pasado. Defender la cultura frente a la brutalización de la autovalorización del capital es posible sólo trabajando por la superación del capitalismo.
Pretender la defensa de la cultura convirtiéndola en una mercancía es ponerla a los pies de los caballos, como ha conseguido la industria de la propiedad intelectual. Es la conversión de la propiedad intelectual en una mercancía la que tiene a la cultura hecha unos zorros, y no el que esa mercancía se venda al menor precio posible de acuerdo con las leyes del capital. Y pretender la defensa de la cultura salvaguardando el modo de vida de los libreros comprometidos con su oficio, cuando ese modo de vida es algo del pasado, es utopía nostálgica.
Y además es una injusticia, cuando a los demás no nos salvaguarda del capitalismo ni dios.

Por último, no perdamos de vista que, desde el momento que consigamos para nuestro amigo librero semejante privilegio nos podemos olvidar para siempre de él: El día que haya que aunar fuerzas para derribar el estado burgués, que será ya el que le mantiene en su negocio, y al gran capital, que para entonces no supondrá ya una amenaza para él, no lo encontraremos a nuestro lado, sino enfrente.

viernes, 7 de octubre de 2011

el eterno retorno

Quiero compartir mi sensación de abatimiento, a ver si así se mitiga un poquito.
Buscando y buscando material (acumulo mucho más de lo que me da tiempo a estudiar) para mi estudio de economía marxista, economía política, socialismo científico o como se le quiera llamar, voy encontrando piezas cada vez más antiguas de autores que ya se encontraban las mismas situaciones que vemos hoy.
Un caso espectacular ha sido ver lo que ponen en el archivo marxista en internet como cita de cabecera de Henryk Grossman:
"¿Qué ocurrió en el año 1929 en los EE.UU. y el año 1931 en Alemania e Inglaterra, si no una crisis gigantesca? La clase obrera no estaba preparada para esto. No tenía un Lenin, que esperaba y trabajaba para llegar a ese momento. Por el contrario, durante décadas se escuchó de Hilferding y Helene Bauer que una crisis era imposible. Sólo esta desorientación de la clase obrera hizo posible que la clase dominante superara el pánico y sobreviviera a la crisis".

Henryk Grossman (1881-1950)

Sólo hace falta cambiar las fechas y los nombres de algunos personajes y ¡tenemos un retrato de la situación actual absolutamente exacto! ¿Hace falta añadir algo?
Quizá sólo que la obra de Grossman se centró en la teoría marxista de la crisis, que los revisionistas de todo pelo (infraconsumistas y sobreconsumistas) "corrigieron" (malinterpretaron, falsificaron y negaron: ver Peter Howell, De nuevo sobre el trabajo productivo e improductivo y el propio Grossman Law of the Accumulation and Breakdown, en inglés), mientras que durante todo el siglo XX y hasta hoy ha habido "correctores" en todas las áreas de la economía marxista, empezando por la ley del valor trabajo y terminando por la ley de la tendencia decreciente de la tasa de ganancia. Como cumbre de estas falsificaciones, Ian Steedman o David Laibman (ver por ejemplo en David Yaffe, Valor y Precio en El Capital de Marx, o también la obra citada de Howell).
Como enfatiza el propio Howell (obra citada), no es que a los marxistas nos de miedo revisar críticamente la obra de Marx, es que sabemos positivamente que cada tergiversación y falsificación de la misma lleva inmediatamente a un triunfo del programa político reformista y, por su mediación, al desconcierto, desunión y derrota de la clase obrera.

La teoría del eterno retorno, deprimente como es, aplicada a la deprimente incapacidad de la clase trabajadora para emanciparse.
...Al menos hasta la fecha.

jueves, 6 de octubre de 2011

la sustancia de la economía: el valor (segunda y ¿última? parte)

En otro post hablé del fundamento último de la ley objetiva del valor como fundamento de una verdadera ciencia económica. Esa ley, en la única formulación coherente y relevante hasta la fecha es la de la teoría del valor trabajo de Marx, el fundamento, junto con el materialismo histórico y la dialéctica como herramienta de análisis, del socialismo científico.
Aunque me quejaba yo de que Marx no nos había dado un fundamento de esta ley, leyendo aquí y allá he encontrado una carta suya a Ludwig Kugelmann el 11 de julio de 1868, en la que claramente habla sobre el particular.
Si no lo he entendido mal, lo que viene a decir es que es inútil buscar tal justificación. La ley del valor es un axioma imprescindible para servir de punto de partida a un análisis científico del funcionamiento de la economía capitalista. Como él dice, otra cosa sería pretender obtener una ciencia antes de la ciencia.

Dado que parece que la cuestión es más filosófica, abandono aquí la investigación, no sin antes anotar un par de puntos que me parecen pertinentes:
En un trabajo de Alan Freeman, "Price, value and profit – a continuous, general, treatment" (es su capítulo final del imprescindible Marx and non equillibrium economics, Edward Elgar, 1996, 303 páginas), dice (pág. 19 del manuscrito en MPRA):
"otras mercancías [distintas de la fuerza de trabajo] no caminan por el mercado disponiendo de sus ingresos en igualdad de condiciones con sus dueños. El coste de la fuerza de trabajo se determina independientemente de su capacidad para ganar dinero para su comprador. Por eso, y no por otra razón, existe la ganancia. Si los trabajadores fueran contratados directamente como esclavos, robots, animales de carga o siervos, entonces, fuera o no el tiempo de trabajo la medida del valor, el trabajo excedente no se extraería en forma de beneficios monetarios, sino directamente como trabajo doméstico".
Sinceramente, no estoy seguro de entender bien la afirmación de que "el coste de la fuerza de trabajo se determina independientemente de su capacidad para ganar dinero para su comprador". Quiero decir que no veo donde se diferencia en esto la fuerza de trabajo de cualquier otra mercancía que sirva de medio de producción, y cuyo coste se determina por el tiempo de trabajo abstracto socialmente necesario para su reproducción, y por lo tanto independientemente de su capacidad para ganar dinero para su comprador.

En todo caso, creo que todo esto está relacionado con las superficialidades (vulgaridades diría Marx) del "capitalismo sin trabajadores", del que ya dí un ejemplo en otro post, y del que he encontrado otro ejemplo aún más descabellado aquí (sinceramente, he dudado de poner el enlace, porque es un ensayo plagado de alucinaciones y de una falta de rigor tremenda, pero puede servir para entretenerse un poco). De lo que no cabe duda es de que el socialismo científico debe defenderse duramente de estos defensores que tiene, de la misma forma que la izquierda marxista tiene que defenderse continuamente -y defender a la clase trabajadora- de todos los oportunistas que se ponen su etiqueta de izquierdistas, especialmente al llegar las elecciones.
Parece que, si el tiempo de trabajo abstracto socialmente necesario es la medida del valor, es, sobre todo, porque el hombre es la medida de todas las cosas, de la misma manera que incluso los "derechos de los animales" son un asunto de humanos, no de animales.

Pues lo dicho: dado que este asunto parece que exige adentrarse en cuestiones filosóficas, me retiro del campo y -zapatero a tus zapatos- me dedico a mis investigaciones en economía. Aunque no prometo nada (no es una amenaza, es simplemente que hay que aprovechar lo bueno que tiene un blog, y es que puedes decir y hacer lo que te de la gana).

plusvalía, tiempo y beneficio

Ejemplo de Ricardo (citado por Marx en El Capital, aunque ahora no encuentro la cita):
  1. Empleo de 20 trabajadores, por 1,000$, durante 1 año, en el que preparan un producto intermedio, digamos Y. Al año siguiente, otros 20 trabajadores (por otros 1,000$) trabajan ese producto intermedio Y. Al final de ese 2º año, el producto final es X.
  2. Empleo de 40 trabajadores, por el mismo salario de 2,000$, y al final de ese mismo año, el mismo producto X.
Ricardo dice: si suponemos una tasa de beneficio anual homogénea, el primer negocio deberá vender su producto por 1,000$ x (1 + 10%)^2 + 1,000$ x (1 + 10%) = 2,310$.
En cambio, el segundo negocio debería recaudar 2,000$ x (1 + 10%) = 2,200$
¿Tienen ambos productos diferente cantidad de trabajo abstracto socialmente necesario -valor- o es que no se cumple la ley del valor?
Evidentemente, ambos productos tienen el mismo valor -40 hombres durante un año, llamémosle 40 h·a- ¿debemos abandonar entonces la teoría objetiva del valor trabajo?
De ninguna manera. Lo que tenemos que abandonar es el olvido del tiempo o, mejor, su fetichización como origen mágico de la plusvalía y, ella mediante, del beneficio del capital..

¿Porqué es imprescindible considerar el tiempo? Porque en el capitalismo el principio y el fin de todas las cosas es el beneficio. Y el beneficio es una variable flujo, es decir, que sólo se puede considerar en un intervalo temporal: un beneficio sólo se puede obtener en un plazo de tiempo determinado. Si el beneficio es la masa de ganancias, el indicador de su idoneidad, de su suficiencia, de la adecuación de una determinada masa de ganancias es la tasa anual de ganancia. La tasa es lo que convierte la suma absoluta de beneficios obtenidos en una cantidad relativa (a) a la suma invertida y (b) al tiempo necesario para su obtención.
Un ejemplo ayudará a explicarlo: Un mismo beneficio de 100.000$ puede considerarse fantástico si procede de la inversión de 1.000$ en derivados o ser absolutamente decepcionante si es el resultado final de una inversión de 10.000.000$ en una fábrica, instalaciones, materias primas y auxiliares, salarios y demás.
Pero no sólo hay que poner en relación el beneficio con el capital invertido: también hay que relativizarlo según el tiempo transcurrido: La misma inversión en bolsa de 1000$ puede rendir un beneficio neto de 100$, y considerarse una ruina si se ha obtenido en 10 años, o ser un negocio espectacular si se logra en 10 minutos.

Así pues, ¿cómo ponemos en relación -relativizamos- los dos negocios que propone Ricardo?
Vamos a igualar los intervalos temporales ¿Cómo? aumentando (o disminuyendo) la escala de inversión de cada negocio en función de la escala temporal en la que se desarrolla. Es muy sencillo:
  1. Se tienen contratados 40 trabajadores, 20 de ellos están preparando el producto intermedio, y otros 20 están sacando producto final, con el producto intermedio Y que se adquirió al principio del ejercicio. Al final del año se tiene el producto final de estos últimos, más el producto intermedio preparado por los otros 20 trabajadores, que a los efectos de este ejemplo podemos igualar a los adquiridos al principio del ejercicio y eliminarlos de la cuenta neta.
    Este negocio, entonces, junto al capital variable -salarios- exige una inversión en capital constante -producto intermedio.
    En todo caso, la cuenta final es: en un año, 40 trabajadores con un capital constante de 20 h·a producen producto intermedio con un valor de 20 h·a y producto final con un valor de 40 h·a. Evidentemente, hay que reducir todo a las mismas unidades. Para seguir el ejemplo de Ricardo, tomaremos una tasa de plusvalía (s/v) del 10% con lo cual 40 h·a suponen 2,000$ (v) + 2,000$ x 10% (s) = 2,200$. Esto supone que la relación dinero / tiempo de trabajo es 2,200$ / 40 h·a = 55 $/h·a
    Con esta conversión -el dinero para Marx no es más que la forma de expresión del valor- tenemos que: v=2,000$, c=1,100$, s=200$, producto (en valor)=1,100$ (producto intermedio) + 2,200$ (producto final) = 3,300$, o lo que es lo mismo, 60h·a.
    Con esto hemos duplicado la escala del primero de los negocios de Ricardo, para conseguir igualar el periodo de producción con el del otro negocio: un año [en realidad no solo hemos aumentado la escala, lo hemos modificado cualitativamente para que la producción del "producto intermedio" se desarrolle en paralelo, simultáneamente, con la producción del "producto final", y no en fases sucesivas].
  2. Se contratan 40 trabajadores con un coste (v) de 2,000$ sin inversión alguna en capital constante y en un año proporcionan un producto X de 40h·a, o 2,200$.
Podemos hacer ese mismo análisis considerando no una sino 3 líneas productivas:
  1. En un año produce con 20h·a y Y producto intermedio un producto final X
  2. En un año produce con 40h·a un producto final X
  3. En un año produce con 20h·a Y producto intermedio
Esto equivale a partir la antigua rama (I) en otras dos ramas (A y C), manteniendo el matiz de revelar la necesaria inversión en capital constante en la actual rama (A).

En definitiva, tanto en uno como en otro "sistema" de producción, el producto final vale 2,200$ y ha producido una plusvalía de 200$.
No obstante, siguiendo el primer sistema es obligatorio invertir en un bien intermedio que, para producir 2,200$ de producto final, asciende a 1,100$. Es decir, las líneas A y B producen ambas el mismo producto final X, con las mismas horas de trabajo social (40h·a) y por ello el mismo valor (2,200$) . Pero, en este caso, en A se realizó una inversión de 1,000$+1,100$=2,100$, mientras que en B sólamente se invirtieron 2,000$. Por su parte, en B se extrajo una plusvalía de 2,000$·10%=200$, mientras que en A solamente se extrajeron 1,000$·10%=100$. No hay ningún problema por tanto, una vez igualadas las condiciones, para retribuir ambos capitales a la misma tasa anual de ganancia, pero en este caso debe notarse que es la plusvalía la que no es igual en las respectivas líneas de producción.
La diferencia, en todo caso, son los 1,100$ o 20h·a que constituyen el capital constante necesario en (I) y no en (II). El mero transcurso del tiempo no aporta ningún valor: la ley objetiva del valor sigue rigiendo, e impone que el valor es trabajo socialmente necesario, y sólo el trabajo socialmente necesario es valor.
El abracadabra se desvela, y efectivamente en la producción de (I) están implicadas 20 años-hombre más que en la producción de (II). Dicho de otra forma: no hay más "tiempo", hay más "inversión".

Lo que en definitiva revela este ejemplo es que, en el capitalismo, y sin que la ley del valor sufra lo más mínimo, los capitalistas no pueden -o no por mucho tiempo- obtener ganancias en función de la plusvalía arrancada por ellos, sino modificadas por la composición orgánica de su respectivo capital.

Aún podemos considerarlo de otra manera, para introducir otra matización sobre el tiempo:
podemos considerar como periodo homogéneo el de 2 años. Entonces, en el tiempo en que (I) produce una tanda de producto final, en (II) les ha dado tiempo a producir dos tandas, pero esto introduce novedades (complicaciones):
  • Entre ambas tandas el capitalista (II) debe concurrir a la esfera de la circulación para 1) realizar su plusvalía en beneficio y 2) volver a adquirir fuerza de trabajo.
    Esto, poco o mucho, requiere tiempo y supone, como le llamaba Marx, un salto mortal de la mercancía, puesto que nada le garantiza al capital que podrá realizar sus ventas según lo previsto.
  • Se introduce la posibilidad teórica de que en la segunda tanda no se limite a reinvertir la misma cantidad de capital variable recuperada mediante la venta, sino que incorpore también una parte de la plusvalía, comenzando entonces una reproducción ampliada, con sus propios requisitos y dinámica.
    Aunque, insistamos, esto es teóricamente una posibilidad, el capitalismo se basa en la reproducción ampliada y no tiene sentido sin ella. En tiempos de crisis como en los que se está escribiendo esto, esa acumulación se encuentra paralizada o incluso da pasos atrás (se desacumula), pero eso no podrá durar mucho tiempo, o no será capitalismo.

Por último (lo prometo), como siempre hay impresentables "corrigiendo" a Marx y su método, les anticipo que el hecho de que en (I) hayamos considerado un capital constante inicial exactamente igual que el final, para así poder hacer una variación neta nula, es simplemente para facilitar los cálculos. El que vea en esto un defecto fundamental, una incoherencia y una victoria final sobre el marxismo, antes de formar alharacas que se vea la más reciente literatura sobre el mal llamado "problema de la transformación" (fundamentalmente en A.Shaikh y A.Kliman-A.Freeman).