domingo, 25 de septiembre de 2011

Anguita y Europa

Antes de nada: de verdad, que Anguita es cojonudo, que estoy al 90% con él... Que no me ha dado nada contra él.
Ha sido casualidad que despues del último post que hice aquí mi amigo Alfredo me pasara un enlace a la intervención de Anguita en la fiesta del PCE (que, como siempre, me perdí).
Bueno, pues estoy de acuerdo en todo el fondo, pero otra vez tengo mis diferencias en cuanto a la forma... otra vez.

Yo, a diferencia de los que cita Anguita (Martín Seco, Albarracín, Arriola...), sí estaba a favor de la Unión Europea, y también del euro. [Antes de continuar: ponerme a la par con los que cita Anguita me ruboriza, pero bueno, yo lo cuento. Al fin y al cabo para eso es el blog, para largar lo que yo quiera aunque no valga para nada.

viernes, 16 de septiembre de 2011

Anguita y la izquierda

Ayer en la sexta2 (TV española) hicieron un programa sobre la izquierda en España, incluyendo un reportaje-entrevista del alcalde comunista de Marinaleda y una entrevista con Julio Anguita, antiguo líder del Partido Comunista de España.
Estuvo bien, aunque el programa es marcadamente payaso, y Anguita ya le aclaró que se negaba a ciertas payasadas propias del formato de cualquier entrevista televisiva (lo de "cuéntenos una anécdota"), siempre es interesante oirle.
Anguita es un tío admirable. Es inteligente, coherente en sus ideas y en sus actos y, ¡que carallo! ¡es de los nuestros! No obstante, hizo un par de afirmaciones que me han animado a escribir aquí sobre lo que considero los 2 mayores pecados de la izquierda.

Por una parte, se dedicó, como era su costumbre cuando estaba en primera fila, a regañar a propios y extraños. Regañar a los extraños está bien, pero decirle a los obreros que la culpa de todo es en gran parte suya, por cobardes, por ignorantes y, en definitiva, por mantener una "moral de esclavos" creo que es meter la pata.
El caso es que estoy absolutamente de acuerdo con él en el fondo del asunto: hoy ya nadie se considera obrero, y lo de llamarse "trabajador" solo se reclama cuando llega la hora de justificar los ingresos (por eso a los políticos, los empresarios y esos "artistas" que viven del timo de la propiedad intelectual se les llena la boca al decir que "trabajan" mucho).
No obstante, y precisamente porque así de baja está la conciencia social de la clase trabajadora, es un error monumental culpabilizar a las víctimas. Por supuesto que el trabajador tiene miedo. Por supuesto que está confuso y engañado. Por supuesto que no quiere complicaciones: bastante le joden, no solo en su presente día tras día, sino que el futuro no le promete sino ir a peor. Pero de esto la culpa la tiene fundamentalmente la vanguardia de izquierda, que (por causas en las que no voy a entrar aquí, pero que cada uno tendrá en mente) ha desaparecido del mapa.
Y por otra parte, y al margen de culpas, la posición del proletariado en la lucha de clases está tan deteriorada que no me parece el momento de decir "si no estás conmigo están contra mi". Esto también creo que es esencialmente cierto, pero no se pueden despreciar los tiempos, y ahora no toca. Me explico con un ejemplo: evidentemente que en el movimiento 15-M hay mucha gente que no está con nosotros y que son simplemente gente indignada o incluso solo aburrida, pero no están contra nosotros... aún. Según avancemos en el camino de la revolución (si es que algún día empezamos a andarlo) las razones para todo ese miedo, confusión y evitación del compromiso se darán la vuelta, según se hagan más visibles (a) las razones y (b) las alternativas para hacerlo. En ese momento, quienes permanezcan en sus posiciones de "moral de esclavo" (y cada vez serán menos) sí empezarán a estar contra nosotros, y pasarán a ser enemigos a los que combatir. Pero, desgraciadamente, creo que estamos a mil años luz de esto.

En segundo lugar, cuando le pidieron una definición de "ser de izquierdas", Anguita contestó que consiste esencialmente en creer que "las personas somos iguales". Interesante: tras una breve pausa, inmediatamente añadió con énfasis: "...económicamente". Ahí quedó la definición, por lo que no hay mayor explicación, pero creo que está relacionada con lo que es, a mi modo de ver, otra actitud de la izquierda completamente equivocada: el énfasis en la igualdad.
Creo que el énfasis en la igualdad procede de una reacción visceral al muy notorio hecho de la desigualdad económica imperante. De hecho, lo que deberíamos combatir es la injusticia que esto representa, y lo que debería ser bandera de la izquierda es la justicia.
La profunda desigualdad económica que vemos por todas partes, como muchas otras cosas, puede examinarse desde dos puntos de vista: uno aparente, superficial, vulgar; otro, real, profundo, científico.

En el primero de estos enfoques, la izquierda coincide con la actual socialdemocracia (madre mía, si Lenin supiera quienes han usurpado ese título), pero también con liberales y más aún con conservadores. Es una vergüenza la distribución de la riqueza en nuestro mundo. Y lo es porque la riqueza no es más que poder económico sobre la sociedad. La riqueza es algo social, aunque en nuestra sociedad, eminentemente privada (en la facultad me enseñaron que el Derecho en occidente ha heredado la repulsión de los romanos por la propiedad colectiva). La riqueza no es ni más ni menos que la suma de los derechos que ostenta el propietario sobre los bienes que existen en la sociedad, y sobre la propia gente que constituye la sociedad. Bueno, para ser más exactos, sobre aquélla gente que vende su fuerza de trabajo libremente... ¡porque no tiene más remedio! es decir, sobre la clase trabajadora. Así pues, la riqueza de alguien es la porción del Planeta Tierra, incluida la fuerza de trabajo de las personas, que tiene derecho a disfrutar en exclusiva.
La repugnancia que causa la desigualdad con que se distribuye ese poder, esos derechos, lleva inmediatamente a clamar por una mayor igualdad. Así, los socialdemócratas, cuando llegan las elecciones (sólo entonces), hablan de favorecer a los desfavorecidos, y todos los cristianos (los "de base", porque los de verdad, los de "a dios rogando y con el mazo dando" son otra cuestión) se arremolinan a su alrededor aplaudiendo, aunque prefieren limosnas a salarios mínimos, subsidios de desempleo y servicios públicos.

No obstante, el otro enfoque no se queda en el fenómeno superficial, emergente, de la desigualdad, y de la injusticia que supone. A la izquierda no le sirve tratar los síntomas de la enfermedad, paliar las consecuencias más sangrantes y contrarias a la estética del asunto. Por el contrario, trata de combatir verdaderamente el problema, y eso exige encontrar las causas profundas, para combatirlas.
Y las causas profundas nos fueron explicadas ya hace mucho tiempo por Marx. Se encuentran en el robo de la riqueza creada por los trabajadores por parte de los capitalistas y, a través de los mecanismos de distribución económica, de sus secuaces.
Este robo, junto con la arcaica y absurda institución de la herencia que repugna incluso a ultramillonarios como Bill Gates o Warren Buffet es lo que propicia la desigualdad superficial de la riqueza. Esta es la injusticia profunda que produce la injusticia aparente que vivimos día a día. Esto, y no la desigualdad es lo que una izquierda radical (que se ocupe de la raíz de los problemas) debe combatir.
Creo que, siquiera intuitivamente, en esto estaba pensando Anguita cuando hizo su acotación diciendo que la igualdad esencial de las personas es económica. Entonces, no sigamos hablando de igualdad, hablemos de una vez de justicia.

En otros sitios (aquí o aquí) he contado una idea que cada vez me parece más razonable: más que a la colectivización, en una u otra forma, de los medios de producción, creo que deberíamos perseguir simple y llanamente la abolición del trabajo asalariado como culminación a la lucha histórica contra la esclavitud y la servidumbre (a diferencia de lo que parece que se está iniciando en Cuba).
Esto, además de que creo que es mucho más radical en cuanto a que ataca a la raiz del problema (el trabajo asalariado, más que la propiedad privada de los medios de producción), tendría dos ventajas importantes:
Primero evitar el laberinto de trampas que se levantan al intentar colectivizar los medios de producción manteniendo a los trabajadores asalariados (con el resultado del socialismo real soviético). Cierto es que sobreviviría el problema de planificar (democráticamente) el sistema económico.
Pero además se elimina la supuesta aspiración a la igualdad que, en el fondo, nos hace indistinguibles del cristianismo, como acusaba a menudo Nietzsche a los comunistas.
Yo no soy igual que nadie, ni lo quiero ser, ni creo que vosotros, cogidos de dos en dos seais iguales en ningún sentido, tampoco en el "económico". Ni que quisierais serlo.
Lo que queremos no es igualdad, sino justicia.

viernes, 9 de septiembre de 2011

La sustancia de la economía: el valor

La economía, o la ciencia económica, era tan distinta cuando se fundó que ni siquiera se llamaba así. Se la conocía como economía política.
La fundaron los llamados clásicos, sobre la base de establecer la verdadera sustancia de la economía capitalista. Aunque es difícil establecer una línea nítida, un hito señalado habitualmente es la Investigación sobre la naturaleza y causa de la riqueza de las naciones, de Adam Smith. Marx, por su parte, solía señalar a Sir William Petty como padre de la economía política, aunque en wikipedia le califican de mercantilista..
Los clásicos (los de verdad, no los que Lord Keynes, llamaba clásicos cuando no eran más que neoclásicos, aunque estoy seguro que lo hizo para despistar y borrar definitivamente del mapa a la economía política, porque no era ningún ignorante) se distinguieron de todo el análisis previo de los asuntos económicos al fijar la sustancia constitutiva de la riqueza de las naciones en algo más abstracto que los metales preciosos de los mercantilistas o el producto neto físico agrícola de los fisiócratas (que por cierto, fueron los primeros en hacerse llamar "economistas").
Todos ellos, Smith, Ricardo, Mill, y también Marx, partían de la calificación del trabajo como única fuente del valor, mientras que el valor era la sustancia de la que se ocupa la economía política. Dicho de otro modo, el sistema económico o, como lo calificaría Marx, el desenvolvimiento de la sociedad en lo relativo a la relación del hombre con la naturaleza, consiste en la creación, distribución y consumo del valor.
Valor es lo que se produce en los campos y las fábricas en lo que concierne a la economía. Por supuesto que la gasolina que se produce en una refinería es una sustancia que interesa a un químico y a un ingeniero, y un objeto útil si preguntamos a un motorista o a un distribuidor o depende si preguntamos a un ecologista. Pero en todo caso para un economista es pura y simplemente valor.
Y valor es lo que se intercambia en los mercados, si bien mediando necesariamente el dinero. Por cierto que la mediación de esta institución social, el dinero, introduce a su vez complejidades propias que ocultan o distorsionan las reglas que guían el funcionamiento económico, dificultando la identificación y la medición del valor, y haciéndola al mismo tiempo aún más necesaria.
Pues bien, ninguno de estos autores, ni siquiera Marx, que fue el más profundo y concienzudo de todos ellos, se esforzó por presentar una fundamentación sólida y exhaustiva del axioma enunciado del trabajo como única fuente del valor. De hecho, Marx podía permitirse despreciar como vulgares a todos los pretendidos economistas que no basaban su análisis en un método científico que, para empezar, definiera con precisión la sustancia a estudiar, y estableciera la metodología precisa para su medición.

Y resulta que, hoy en día, la corriente principal, el pensamiento único en economía, está constituida por esos economistas vulgares. Hoy en día se acepta que las mercancías valen lo que el comprador está dispuesto a pagar por ellas. La única base es una "sustancia" sicológica: la utilidad. Es decir, no es que no exista el valor, pero ni se lo conoce ni se puede medir, cosa que por otra parte resultaría inútil por tratarse de una cuestión sicológica que puede cambiar tan rápido como un capricho, una moda o una histeria, individual o colectiva. Simplemente se supone que está ahí.

Esto, evidentemente, es una tomadura de pelo.
No obstante, es la doctrina imperante en economía, y derrocar esa doctrina exige no sólo señalar sus defectos sino proponer una bien fundamentada alternativa (bueno, y algunas cosas más). De este modo, ahora nos vemos en la tesitura de elaborar un fundamento que aquellos gigantes del pensamiento económico no nos legaron, probablemente por considerarlo una obviedad.

post scriptum:
Desarrollo ulterior y conclusión aquí.