Es la fuente de la (existente) lucha de clases haciéndola inevitable en el capitalismo, por cuanto el ingreso del capital, encarnado por la clase dominante, procede de la exacción de trabajo excedentario de los trabajadores, que constituyen la clase dominada, explotada. Por eso mismo no hay posibilidad de un “interés general”, de un “bien común”, que aúne intereses de capitalistas y trabajadores. Al menos no de modo sostenido en el tiempo. La clase trabajadora y la capitalista están condenadas a enfrentarse, y a ese enfrentamiento cotidiano, más o menos soterrado, más o menos evidente, se denomina lucha de clases.
Por eso mismo, también es la fuente de la (deseable) lucha del pueblo trabajador por emanciparse. Esta lucha, a diferencia de la otra que existe cada día seamos conscientes o no, exige en primer lugar conciencia de clase por parte de quien debe combatir: los trabajadores deben tener consciencia de que constituyen una clase social, de que sus intereses son comunes y de que estos son diametralmente opuestos a los intereses del capital y solo cabe alguna esperanza de defenderlos actuando unidos.
Esta lucha, lo que llamamos la revolución social, es también inevitable que estalle de un modo u otro, antes o después, aunque evidentemente, no es igual de un modo que de otro, ni es igual que sea antes o que sea después. Desgraciadamente, lo que no está garantizado es que triunfe, como la historia se ha encargado de corroborar. Pero la existencia de la explotación de unas personas por otras, de unos intereses contrapuestos de clase que no pueden conjugarse, acomodarse, acordarse (porque son opuestos!) dentro del capitalismo lleva a concluir que la revolución social es inevitable.
Dicho sea de paso, es precisamente esto, y ninguna otra cosa, lo que hace del marxismo el único análisis intolerable para la burguesía, si no es falseandolo y prostituyendolo.
Y entonces¿En qué consiste exactamente la explotación?
En que, procediendo toda la riqueza social, todo valor, del trabajo y consistiendo en trabajo, el excedente, que en el capitalismo toma la forma de plusvalía, que a su vez aparece como ganancia, interés y renta, no es más que trabajo impagado y no puede ser otra cosa.
Esto es ni más ni menos que la teoría del valor trabajo (TVT) y su primer corolario: la explotación, con una enorme trascendencia política.
Pero no está tan claro, entre quienes sostienen esta TVT, quiénes están explotados, porque no está tan claro, en la práctica, dónde está, cómo se identifica el concepto mismo de explotación.
Esto se debe a que en la práctica, además de capitalismo hay relaciones de producción no capitalistas (Carcanholo me enseñó mi error, indicándome hasta qué punto). Pero además, y para empezar, a diferencia de los modelos teóricos, en la práctica de las relaciones de producción capitalistas existe, junto al trabajo productivo, el trabajo improductivo.
Y si el trabajo productivo no pagado es la fuente de toda plusvalía, el trabajo improductivo (que no produce valor, riqueza social, ni por tanto plusvalía) es uno de los destinos de esa plusvalía: no la crea sino que la gasta.
En este sentido economicista, por lo tanto, el trabajo improductivo no es objeto de explotación.
En otro sentido, más práctico y politico, esa conclusión teórica alcanza la conciencia del sujeto implicado: en efecto, el trabajador que se ve a sí mismo encuadrado en lo que podemos llamar el sector improductivo de la economía termina percibiendo (porque el materialismo histórico impone su ley, y las condiciones objetivas determinan la conciencia, y no al revés; o, como dicen en Trainspoting, “al fin y al cabo no somos gilipollas, joder”) que el origen de sus ingresos se encuentra en la plusvalía. De esta conclusión inmediata (y por ello incorrecta en el fondo) resulta que se alineará en el bando de los explotadores. Estoy hablando del técnico, del abogado, de cualquiera de los innumerables funcionarios del capital, no sólo en los aparatos del poder público, sino también en las empresas, o en sus propios despachos privados.
Y ya tenemos un análisis teórico de la “clase media”, la “ciudadanía”, y toda clase de negaciones de la lucha de clases, o de la existencia misma de una clase trabajadora.
No obstante, en cualquier análisis profundo que queramos realizar (y aquí tendría que intervenir el sociólogo) esa caracterización descansa sobre un supuesto falso: no existe una adscripción, ni individual ni social, a una supuesta “clase improductiva”. De hecho, ni siquiera existe tal clase.
Como Diego Guerrero y Sergio Cámara han señalado muy acertadamente al estudiar el eterno asunto del trabajo productivo e improductivo, las actividades de uno y otro tipo están íntimamente interrelacionadas en cada sector, en cada empresa, en cada centro de trabajo, e incluso en cada puesto de trabajo: un mismo trabajador a menudo desarrolla ambos tipos de actividad en su jornada, ¡incluso simultáneamente! Otra cosa es la conclusión a la que llegan en el ámbito de lo práctico, del análisis empírico, en el que niegan la posibilidad de identificar y separar ambos tipos de trabajo, de modo que no se podría tener en cuenta esta trascendental dimensión en el análisis económico. En mi humilde opinión eso ya es pasarse tres pueblos.
Por supuesto, existen aspiraciones a enrocarse en ciertos sectores de privilegio. Estamos hartos de ver que el abogado de prestigio hace lo posible para que su descendencia siga sus pasos y herede la posición del padre. Esto ocurre no sólo en las profesiones liberales, sino en el arte, el funcionariado, el deporte-espectáculo, la banca y las finanzas, etc., sectores más o menos penetrados por las relaciones de producción capitalistas ... Esto no es ni más ni menos que la reintroducción del viejo corporativismo, las corporaciones gremiales que regulaban todo, entre otras cosas el acceso a la profesión. En realidad un intento de reintroducción porque, de nuevo citando a Neruda, “no es hacia abajo, ni hacia atrás, la vida”, y el capitalismo tiene sus propias reglas y éstas excluyen a las del antiguo régimen. Pese a quien pese no se puede volver al pasado. Y no es un análisis moral: no digo “no se debe”, digo que “no se puede”.
Pero independientemente de estos intentos por apuntalarse cerca de la mesa de los dominadores, no sólo quien no vive de un capital no es un capitalista, aunque se alimente de plusvalía. Es que terminará cayendo en la clase trabajadora. Así lo impone la proletarización, que hace que de esos círculos privilegiados sean cada vez más estrechos, siguiendo la tendencia que existe desde antes de que Marx nos la señalase. Ni que decir tiene que la otra gran tendencia secular capitalista, la del empobrecimiento del trabajador les afectará en la misma medida que al resto,
Lo que quiero decir es que estos “ciudadanos”, “clases medias”, “urbanitas”, “pijos” o como les queramos llamar, independientemente de si son conscientes de ello o no, comparten su destino con los trabajadores, y si no son puramente proletarios lo serán. La inclemente competencia entre capitales hace que continuamente el pez grande se coma al chico, y los que un día fueron capitalistas pasan a engordar las filas del proletariado. Y si las facciones menos afortunadas del capital no son capaces de escapar a la proletarización, ni que decir tiene cual es el destino de esas “clases medias”.
Así pues, y concluyendo, la existencia de trabajo improductivo y de capas sociales intermedias entre las clases fundamentales y protagonistas en el mundo actual, la clase trabajadora y la clase capitalista, no disminuye ni una pizca la centralidad y trascendencia del concepto de explotación en la explicación de la lucha de clases como guía de la dinámica de clases sociales y con ellas de la sociedad entera.
Otra cosa es la ofuscación que pueda producir a la hora de escoger bando. Y lo cierto es que vivimos tiempos difíciles y quizá quien se equivoque termine arrollado por la historia. Lo peor es que nos arrastra a los que necesitamos, más que nunca, sumar fuerzas.
Peter Howell publicó en 1975 un artículo, Otra vez sobre el trabajo productivo e improductivo, que ya he citado otras veces aquí, y que él mismo definía al principio así:
"Este artículo es una respuesta tanto al ataque a los trabajadores improductivos por los parásitos reales de nuestra sociedad - la burguesía- como a la incapacidad de los "marxistas" para proporcionar una defensa adecuada de la clase obrera."Pues bien, la última frase de ese artículo era:
"La distinción entre trabajo productivo e improductivo es, por lo tanto, la condición previa para la unidad política de la clase obrera."...y de eso se trata... aún.
Buen artículo.
ResponderEliminarNihil obstat. :)